sábado, 12 de enero de 2008

II

¿Cuándo hemos de decir que superamos las cosas? ¿En qué momento hemos madurado? Creo que al menos puedo intuir ciertas pistas al darme cuenta cómo han cambiado las cosas, y no en el modo corriente, o en el decir cínico de las gentes a las que ya nada les importa y van dejando atrás aquellos recuerdos dolorosos con desdén o rencor; no creo que sea ese el modo. Para mí al menos, eso no es superar, simplemente es arrastrar los dolores como un preso que tiene el cepo al tobillo y se acostumbra a llevar su peso. Para acostumbrarse, sólo basta estar vivo; todos los seres, animales o plantas, se acostumbran, o mueren. Es necesario en cambio, todo un trabajo y tiempo para superar. Antes, cuando escuchaba un tango era la música triste que me recordaba cuánto no pertenecía yo a esta casa y a esta familia, y más aún, cuán lejanos y desperdigados éramos los cuatro seres que en ella vivíamos, cuán distintos éramos y cómo me sentía de extraña, de extranjera entre ellos. Me sentía, a decir verdad, como adoptada, como importada de otro estado, sin tener ninguna claridad de la utilidad o conveniencia que yo pudiera presentar para el trato; con un vacío enorme que se acrecentaba día a día y que me llenaba de preguntas sin respuesta. Hoy, el tango es una música hermosa, la cual quiero bailar y cantar; y gracias a la cual, en aquellos días más aciagos pude recordar que mi mente y mi cuerpo estaban unidos por alguna extraña materia, pero unidos al fin y al cabo, y que sólo bastaba cerrar los ojos y dejarme llevar para poder llevar el compás y atravesar con gracia la pista de baile. Nunca olvidaré aquel viejo hermoso que, sin conocerme siquiera, se acercó a mi para decirme: ‘¡Preciosa! ¡Sólo tienes que dejarte llevar!’ Él nunca sabrá el impacto que tuvieron sus palabras, lo importante y convincente que fue para mí; y aunque él no lo sepa, y yo nunca más le vea, le estaré eternamente agradecida por hacerme notar de manera tan simple y clara lo equivocada que estaba respecto de la vida; al creer que yo tenía algo que controlar o más aún, creer que podía hacerlo.