sábado, 12 de enero de 2008

I

¿Cuándo alguien se convierte al fin y al cabo en escritor? Yo al menos, podría contar toda mi historia en una tragedia griega, una larga poesía en octavas o una novela policial. Trato de recordar algún instante en que mi mente no estuviera pensando en metáforas, hipérboles o algún tipo de exageración retórica, y no me es posible encontrarle…Me son más familiares aquellos momentos en los que en mi mente se desplegó una maravillosa forma de expresar una idea o sentimiento con palabras, sin tener el tiempo siquiera de alcanzar un lápiz para poder inmortalizarla con trazos, aunque sea en un muro, como hacía aquel protagonista de aquella otra novela olvidada. Tal vez, la capacidad inasible de los escritores bienamados, radica, precisamente en tener siempre a la mano la herramienta, ya sea manual, ya sea mecánica, ya sea electrónica; para ver sus frases hiladas y revestidas de vida, en algún medio del cual luego pueden tomarlas, ordenarlas, mejorarlas, usarlas como idea central de un cuento, o simplemente botarlas a la basura ¡Oh! ¡Cuántas ideas he perdido ya! Ni siquiera he podido desecharlas, simplemente las he perdido, como quien pierde una gema de su anillo, sin saber siquiera si era un diamante exquisito o sólo un trozo de vidrio bien pulido. Bien sabemos, que muchas lecturas se hayan construidas sobre la base de vidrio molido, y más aun, se venden como petróleo en guerra en las estanterías de las tiendas más a la mode.
Me estoy dando a la tarea entonces, de escribir, y de tener también siempre a la mano un Moleskine para poder rescatar aquellas ideas neas que se vienen a la mente en los momentos más notables, aunque inoportunos: Cuando tenemos un recuerdo al punto de cruzar la calle en un semáforo, cuando vamos atrasados a una reunión, sin un mapa, y claramente nos hemos perdido, cuando, en medio de la noche, despertamos deleitados aunque sollozando por un sueño que nos recuerda lo no hallado aún…En fin, momentos en los cuales sólo una libreta pequeña, de no más de un palmo, que sabemos está hecha a mano, con sus hojas hiladas en las cuales la tinta verde de mi antigua pluma se desliza como bailarina; puede recoger en segundos aquel destello de milagro que sólo en el alma asombrada de un escritor puede convertirse en la frase que inicie la novela más triste, con el llanto más amargo; o el poema de amor más hermoso.